Doy por seguro que conocéis la historia oficial de la Torre de Babel así que os la ahorro, recordando, eso sí, que la parte esencial que sabemos todos alude a que Yahvé, cansado de los malos humos de los hombres que construían el insigne edificio, los castigó a no entenderse dotándoles de diferentes lenguas…
Sin embargo, Joserra, mi anciano amigo hoy desaparecido, quien me descubrió que Nino Farina conducía con los riñones —de cintura, que se dice— porque le vio correr, me contó una mejor: el Dios de los hebreos no se había cansado de que los humanos no siguieran sus instrucciones e insistieran en hacer de su capa un sayo, más bien, se cansó de que oyéndose entre ellos no se escucharan ni se prestaran atención, de forma que les dio diferentes idiomas para que hicieran el esfuerzo de entenderse… No más, ¡no más, viejo!
Os cuento esta anécdota de Abuelo Cebolleta siendo consciente de que lo hago, vaya por delante, pero fundamentalmente porque con el estreno del novedoso morro del MCL33 en Montmeló, se ha dado la curiosa circunstancia de que mucha gente ha dejado de hablar el mismo lenguaje para ponerse fino, fino filipino, finolis de narices, como exigiendo peras al olmo.
Un monoplaza F1 es un conjunto de cosas. Por un lado está el chasis, por otro el motor —la unidad de potencia en este caso—, y por último, la aerodinámica. Bien, la nose del coche de Woking forma parte de este último ámbito. Por un lado ayudará a gestionar los caudales bajos que afectan al alerón delantero y al inicio del fondo plano, y de forma secundaria pero no menos importante, debido a su estrechez como volumen permitirá que haya más aire batiendo la arquitectura y diseño de las supensiones delanteras y el comienzo de los pontones, la parte más comprometida de la carrocería porque de ella depende cómo funcionará la terminación del vehículo.
Y bien, alguien había insinuado que con esto estaba todo arreglao y Fernando Alonso ganaba este Mundial de calle, y otro alguien, difuso, lejano, había comprado el chollo. Y claro, después de lo visto en Barcelona entiendo incluso que esto últimos hayan adquirido unas Gillettes en el chino de la esquina para abrirse las venas…
Por suerte para la mayoría de nosotros y para degracia de esos pocos, en Fórmula 1 las cosas no funcionan así. No hay milagros. En realidad no hay espacio ni para que alumbre a nadie la luz de un fuego artificial que no haya sido tasado antes, o medido en micras, un ingeniero de esos que pululan por los cuarteles generales de las escuderías y asamos a preguntas infantiles cuando asoman las orejas en redes sociales.
¿Está ya? ¿Va a funcionar? ¿Cuántas décimas de ganancia nos va a dar…?
La Fórmula 1 se parece cada vez a la antesala de la cena de Navidad. ¿Estarán las croquetas? ¿Tendremos suficientes? ¿Habrás medido bien la temperatura del horno, no sea que el cordero se pase…?
Nuestro idioma común ha sido siempre áspero y difícil de digerir. Las cosas aquí no suceden de un día para otro, ni antes ni ahora. Hay que tirar de paciencia, a veces de mucha paciencia, de infinita paciencia. Todo esto forma parte del magnetismo de nuestro deporte. No hay Joserras todos lo días que te expliquen que donde otros pilotos usaban los hombros y los brazos, Farina jugaba con su cintura para mover el volante. Dios nos ha castigado a entendernos, a inventar los diccionarios. A asimilar que las cosas sólo llegan cuando chasis, unidad de potencia y aerodinámica, trabajan en sintonía.
El Lockheed SR-71 perdía combustible durante el despegue y precisaba de respostar al poco de haber levantado el vuelo porque estaba diseñado para que sus junturas se sellaran a determinada altura y presión. Esperemos a ver qué tal va el MCL33 cuando Renault estrene MGU-K en Canadá y el morro visto en España cobre todo su sentido. Luego, ya si eso, lo hablamos.
Sé que es mucho desear, pero que no quede por intentar (de nuevo) que entendamos de qué va esto.
Os leo.
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