Podríamos empezar diciendo que un mal día lo tiene cualquiera o excusarnos en que, a pesar del tropiezo de Sochi, Lewis Hamilton permanece a cola de Sebastian Vettel en la lucha por el Mundial 2017, pero serviría de poco a la hora de explicar cómo la ingenuidad a la hora de valorar un vehículo supuestamente vencedor por naturaleza, ha convertido al piloto de Tewin en la diana de todos los focos tan sólo cuatro carreras después de haber comenzado el campeonato.
Corría mediados de febrero pasado y se presentaba el W08, y la prensa maximalista, tanto foránea como nativa, alababa su diseño, sus formas recargadas en la parte delantera, su rechazo de aleta tiburón y su apuesta por el llamado T-Wing. Pero, admitámoslo, lo que se estaba ensalzando en aquel momento no era otra cosa que el espejismo producido por el dominio de Brackley durante tres años consecutivos. Seguir la corriente dominante, vamos, como cuando se presentó el RB10 de Milton Keynes en un 2014 donde fue barrido del mapa por el más discreto W05 de la anglo-germana.
Fuimos pocos, muy pocos, los que supimos ver entonces que la excesiva batalla que mostraba el pepino de Mercedes AMG podía acarrear problemas en las curvas de radio corto, que seguramente iba a sufrir en el tren delantero, de neumáticos y de frenos, mayormente, que los aperos en la zona anterior del coche suponían un mal síntoma y que el rake poco pronunciado significaba demasiada dependencia del aire limpio. En definitiva, que el W08 iba a dar problemas durante la temporada.
Desconozco si Nico Rosberg tenía todo esto previsto antes de su retiro, ni si ya albergaba intención de entregar a Lewis un regalo envenenado para que el británico lo recordase cuando él ya estuviese lejos, pero lo cierto es que el monoplaza de la estrella de tres puntas es un vehículo sumamente delicado, de conducir y de afinar, razón por la cual, llevo varias carreras intentado hacer ver que los problemas que aquejan a Valtteri Bottas y Lewis Hamilton sobre sus respectivos trastos, ni son tan incompresibles ni deberían llevarnos a crucificarlos a las primeras de cambio.
Es obvio que el piloto debe saber adaptarse a su entorno de trabajo, y en este sentido, que el británico se ha tomado pocas molestias en ponerse a tono, pero ello no puede solapar que el W08 se las trae con abalorios.
Cazada por la normativa 2017, la unidad de potencia de Stuttgart no puede permitirse demasiados excesos, de forma que el grueso de la guerra que enfrenta en la actualidad a Brackley con Maranello —a partir del verano también debería aparecer Milton Keynes en el horizonte—, pasa por afinar el chasis y la aerodinámica. En este orden de cosas, Mercedes AMG está tratando de reponerse de la prohibición de la suspensión activa, e intentando aliviar el sobreso de la zona trasera mientras impide que la delantera se vuelva demasiado impredecible, seguramente reduciendo la distancia entre ejes y aumentando ligeramente la inclinación del fondo plano.
No está fácil el asunto y las soluciones seguramente tardarán en llegar, lo que nos pone en que Lewis y Valtteri todavía tienen tiempo para desalentarnos un poco más con sus evoluciones en pista, porque el W08 seguirá sufriendo con aire sucio y mucha carga de gasolina, durante los primeros compases de las carreras si pierden la cabeza de la misma, para más señas.
Si en febrero pasado alguien que no fuésemos yo y un puñado de colegas, hubiese dado importancia a estas cosas, sería más fácil comprender ahora por qué Bottas ganó la primera posición en Sochi buscando el aire limpio como alma que lleva el diablo, y por qué Hamilton, una vez quedó rezagado, no pudo hacer más que sobreponerse como pudo a un auto que no entendió durante todo el fin de semana
Os leo.
Imagen: Mercedes AMG
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