Interpretar épocas, pilotos y coches…unas cuantas variables que frustran la mente humana, capaz de recopilar miles de datos prácticamente inútiles si aptos a encasillar “fenómenos”. Existe en el mundo una desbordante penuria de verdadero talento, contrarrestada por un manojo de electos, entre los cuales se asoma prepotentemente la figura de Jim Clark.
Otra Fórmula uno
En aquellas épocas la clase reina del motorsport era muy distinta, había más amistad entre los pilotos y todos estaban impulsados en esta “locura colectiva” por la pasión. Una irracional y sana imprudencia capaz de hacer olvidar ese cobarde peligro escondido tras las esquinas.
Las pistas por cuanto espectaculares excedían de baches, fuera de la trazada aquellos ubérrimos prados verdes fungían casi como hielo, y al frenar lanzaban los coches directamente hacia árboles o vallas sui géneris.
Los cockpits eran como mantequilla al estrellarse contras las barreras, pero nadie reflexionaba seriamente sobre el tema. Desde este punto se entiende cuanta pasión soplaba en ese mundo capaz con sus ráfagas de despeinar miles de aficionados apartando el miedo. Los pilotos se veían obligados a acudir a otras categorías para redondear sus salarios. Casi seguramente estaban contornados por fingidos especuladores capaces de prometerle más dinero a cambio de comisiones, sin embargo una posibilidad tangible pensando a los actuales procuradores.
Orígenes
James Clark Jr. nace en el condado escocés de Berwickshire próximo de la ciudad de Edimburgo. Su familia partencia a la alta burguesía latifundista y al ser único hijo de sexo masculino era el heredero natural. Su adolescencia en gran parte se desarrolló en los mejores institutos británicos. Su posición dentro de la familia era esencial y siendo así requería estudios finalizados en la mera gestión económica. Evidentemente el futuro del joven estaba escrito y consistía en coordinar las multíplices propiedades de familia. Un guión muy interesante salvo que Clark era excesivamente buen actor por ese papel.
El destino…
Cada verdadero amor suele emprender con una chispa, capaz de suscitar ímpetos y sacudir prepotentemente a una persona. Clark percibió una considerable exaltación al conducir un porche y -al volante del bólido alemán que le dejo probar un amigo del padre- empezaron a germinar emociones que como brotes se asomaron en su vida. Nadie hubiera podido fantasear con que ese día cambiaría por completo su vida.
Clark transmitió el deseo de acercarse al mundo de las carreras contraponiéndose a un destino impuesto por voluntad de su familia. Naturalmente sus padres no querían un futuro lejos de Edington Mains así que tuvo lugar una fuerte oposición, tanto que empezó acercándose a las carreras enmascarando cualquier actividad relacionada con los coches.
Inicios…
En 1956 Clark desarrollaba su actividad de “farmer” en la empresa de familia. Durante los fines de semana- lejos de ojos indiscretos- experimentaba sus actitudes hacia la velocidad en carreras con autos de ruedas cubiertas. Se trataba de competiciones turismo donde el joven escocés solía ganar de manera abrumadora, arrasando en la pista y destrozando sus adversarios. Sunbeam Mk3 y DkW Sonderklass fueron los coches con los cuales su brillante destreza al volante salió a la luz.
El año sucesivo gracias a sus logros profesionales Ian Scott-Watson le suministró un Porsche 1.6S para disputar las carreras y Clark aprovechando la situación siguió demostrando su ingente talento. Su nombre ya no era una novedad en el panorama del “motorsport” nacional, tanto que en 1958 la escudería Border Reives noqueó a su puerta. El director Jock McBain estaba convencido que con la Jaguar K hubiera brillado de luz propia y efectivamente atinó sus previsiones. De las 20 carreras Clark triunfó en 12, homenajeando una vez más su agudeza al mando de los coches. Un escaparate perfecto por el joven escocés que con sus 22 años era dispuesto al salto hacia el gran desafío.
Toma de contacto…
Su carrera dio un giro concluyente cuando un fulgido ingeniero y constructor le puso el punto de mira encima. Hablamos del Steve Jobs de la Formula 1… el precursor Colin Champan propietario del team Lotus, un ser humano con visión sobre el futuro.
La categoría reina del automovilismo en aquel entonces vivía un fuerte punto de transición. Carecían pilotos capaces de crecentar el grado de competitividad de los coches y asimismo geniales intérpretes en la pista. Chapman era un hombre inmoderadamente ambicioso y consciente de la bondad de su proyecto quiso dar un giro al team y a su carrera. Por un personaje de su calibre era francamente inoportuno darse por vencido y vio en Clark el hombre que hubiera compartido sus sueños de gloria. Con una efímera ojeada sobre el futuro les enseñó sus reales utopías, que en breve hubieran metamorfoseado hacia la realidad.
Manos a la obra
El primer contacto con un coche de ruedas descubiertas metió prepotentemente a luz el talento desmesurado del escocés, corroborando el parloteo alrededor de su persona.
Con gran asombro de los técnicos en los primeros test Clark casi rodó en los mismos tiempos del bien más experto piloto Graham Hill. Aquel británico con bigote de lord – futuro bicampeón del mundo – no obstante tenía más practica con el vehículo fue víctima de una accidente durante los test.
Clark no fue protagonista directo del percance aunque sin embargo provocó en su persona una fuerte inquietud que lo llevó a una decisión extrema. Poco después divulgó un anuncio de obtusa claridad sobre el rechazo al manejar vehículos de ese tipo.
Un verdadero amor no conoce silencio y con ímpeto busca el camino hacia la mente. A pesar del real temor ínsito en el joven escocés, el aflictivo deleite de cabalgar su destino derrotó sus miedos, cobrando su sed de gloria.
En diciembre del año 1956 -14 meses después- finalmente su pasión ganó sobre sus dudas y decidió disputar una carrera en la trazada de Brands Hatch. Lamentablemente no logró terminar la carrera con su Gemini en el campeonato de Fórmula Junior.
El puzzle todavía faltaba de su pieza clave por lucir su integridad y por suerte no tardó en llegar. Fue la Aston Martin, por mano del ex piloto manager Reg Pernell, que logró convencer el joven escocés que había llegado el momento de competir en la F1.
Fue así que tuvo lugar un encuentro entre el manager y la familia Clark en el Berwickshire. Afortunadamente el padre se dio cuenta de la gran oportunidad y dejó de enfrentarse al destino de su hijo. Con pragmatismo típico campesino – mirando fijamente Reg Pennel a los ojos – manifestó su curiosidad acerca las tangibles posibilidades de éxito por parte de su hijo. El manager – replicando con certidumbre – aseveró que no solo trataba de ganar carreras sino de proclamarse campeón del mundo. Clark senior decidió asentir semejante propuesta y autorizando el hijo le pretendió no olvidarse de sus raíces, valorando su tierra.
Final de la primera parte…
Autor del artículo: Alessandro Kamu Arcari/@Berrageiz
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