Nadie parece querer admitirlo (todavía) pero el primer año de normativa 2017 no se puede decir que haya sido exitoso.

Su filosofía pretendía dar más importancia a la aerodinámica en detrimento de las costosas y complejas de entender unidades de potencia híbridas, pero si no queríamos chocolate, la realidad nos ha servido dos tazas, y frías.

A día de hoy Mercedes-Benz sigue siendo la fuerza hegemónica de la parrilla. Su equipo oficial, Mercedes AMG, ha conseguido el Mundial de Constructores por cuarta temporada consecutiva y también es la cuarta sesión en la que se lleva también el de Pilotos sin ceder ni tanto así a sus rivales, y aunque la cosa todavía no está clara entre Vettel y Bottas en la lucha que mantienen ambos por el subcampeonato, si vence el finlandés, 2017 será también el cuarto doblete —consecutivo, of course!— que logra Brackley de 2014 a esta parte…

Una lectura liviana anima a pensar inmediatamente que Mercedes AMG es la mejor, la que mejor ha hecho los deberes y la que mejor ha sabido encarar el futuro. Hay incluso quien llega más lejos y afirma que la aerodinámica y chasis de sus vehículos  (W05 a W08) está a la altura de los mejores. Pero aparece Paco con la rebaja y nos muestra que el dominio de la anglo-germana ha ido parejo —sospechosamente parejo, diría yo— a la feroz persecución que ejerce el reglamento sobre la creatividad y evolución de las unidades de potencia.

Si desde un punto de vista deportivo ya resultaba complejo entender el sistema de tokens impuesto en 2014 con la intención de reducir las distancias entre fabricantes y los costes de producción, innovación y desarrollo, así como para dar más vidilla a los equipos con menos posibilidades, la paulatina reducción de propulsores por campaña y la penalización en puestos de parrilla por cualquier superación de los límites impuestos, no ha hecho otra cosa que acrecentar la brecha existente entre Mercedes-Benz y todas aquellas otras plataformas que, de una u otra manera, intentaban competir con ella de tú a tú. En el campo de las escuadras pequeñas, sencillamente las ha condenado a ser meros comparsas.

Este año que ya estamos terminando, el oscuro panorama parecía un poco más iluminado y esperanzador. Se erradicaban los tokens y, al menos sobre el papel, había libertad para que cada cual hiciera de su capa un sayo. Aunque seguían estando ahí las penalizaciones en parrilla por sobrepasar los 4 motores convencionales (ICE), los 4 turbos, los 4 MGU-H y los 4 MGU-K, las 4 baterías (ES), los 4 Controles Electrónicos y las 4 cajas de cambio…

Por estas cosas que tienen la FIA y los equipos —tan culpables en esto como la Federación—, para la campaña que viene se prevé una mayor asfixia a cuenta de la consabida y siempre anhelada reducción de costes: 3 unidades de potencia para todo el año, el MGU-K deberá durar 10 carreras… Y las sanciones ahí, sobre la cabeza de los equipos como una Espada de Damocles, puntuales a su cita.

Se mire como se mire, no parece muy razonable.

La máxima disciplina del motorsport vive en una burbuja de irrealidad: se comporta como una categoría de resistencia al sprint en la que lo importante es disponer de la estrategia más económica posible, en gomas, en combustible, en unidades de potencia…

El marco de convergencia (3 décimas de diferencia máxima en rendimiento entre unidades de potencia) ofrecerá un pequeño colchón de aire en 2018, pero visto lo visto que ha sucedido con una temporada (ésta) que se las prometía felices porque el reglamento había dado más importancia a la aerodinámica, resulta difícil creer que no se pinche transcurridas unas pocas carreras y nos aboquemos a seguir sufriendo el poderío de Mercedes-Benz y su equipo estrella por lisa y llana incomparecencia de los rivales.

¿Lo soportará la Fórmula 1? Y lo más importante: ¿lo soportarán los aficionados?

Os leo.

 

Imagen: Renault Sport