El anuncio de que Fernando Alonso disputará las 500 Millas de Indianápolis ha revolucionado el gallinero.
La afición se ha polarizado como viene siendo costumbre en cuanto surge cualquier noticia de cierto calado que afecta al piloto español, y las redes sociales, auténtico sismógrafo donde se palpa diariamente cómo andan de firmes nuestras debilidades, han vuelto a delatar que Carlos Sáinz, siendo alguien diferente a Fernando Alonso, no llamándose igual, habiendo nacido en Madrid en vez de en Oviedo, militando en Toro Rosso y no en McLaren-Honda, siendo mucho más joven que el asturiano, etcétera, se come en la actualidad buena parte de la bilis originada en aquella etapa lejana en la que dicen, Antonio Lobato nos comía el tarro y cimentaba las bases de eso que llama alonsismo.
No está mal que sigamos a Daniil Kvyat o Jolyon Palmer colme nuestras expectativas formuleras, entendedme. En realidad no está nada mal que cada uno se lo monte con tres o cuatro conductores y dos o más escuderías. Por fortuna para todos, la Fórmula 1 da para todo esto y para bastante más, en todo caso, lo que no me parece de recibo es que se haga pagar a Sáinz por los supuestos pecados de Alonso, o de su entorno, o de la madre que parió a lo que sucede a su alrededor.
No es justo para Carlos y tampoco para nosotros.
Ahí tenéis Holanda, están que no les cabe una paja en salva sea la parte a cuenta de Max Verstappen y nadie que conozca ha tenido la ocurrencia de discriminar aficionados al chaval por ver de qué pie cojean.
Imagino que si nos pusiésemos, descubríamos a los hooligans de toda la vida, esos que se apuntan a un bombardeo con tal de que el pabellón nacional quede bien alto, y si no ocurre en la pista, deciden imponer sus criterios a base de banquetazos en los foros o Twitter o Facebook. También veríamos a la gente que ha comenzado a moverse simplemente porque Max es un hombre de casa, y a los que lo habían dejado pero han decidido pecar de nuevo ahora que Los Países Bajos vuelven a tener nombre y apellidos en el Mundial, y lugar en el podio cuando se puede. Por supuesto, también estarán los que ven en el hijo de Jos una de las más firmes promesas para los próximos años, y los de paladar fino, que, además, entienden que el chiquillo está hecho de una pasta ciertamente especial cada vez que coge el volante …
Como decía más arriba, nuestro deporte da para mucho, gracias a Dios, y quizá por ello me he animado a echar estas líneas ya que a lo peor nos está pasando como a esos (o esas) que habiendo tenido una mala relación sentimental anterior, destruyen la nueva simplemente por no dejar que la nueva sea como es y no un reflejo de lo que pasó antes.
Es humano pensar que no te van a pillar dos veces en el mismo renuncio y tomar precauciones para que no sea así, pero seamos serios, también resulta tremendamente injusto juzgar lo nuevo bajo el prisma de lo viejo.
Y lo cierto es que con Carlos Sáinz nos está sucediendo. Y nos lo estamos perdiendo por gilipollas —disculpadme, pero lo siento así—, ya que ahí fuera importa un pimiento si el español es la secuela o no de Alonso.
Están atentos a su trabajo en pista, a sus números, a su calidad como piloto, de forma que casi con total seguridad lo pondrán en el sitio que merece mucho antes que en España, como le sucedió a Seve Ballesteros, que mientras aquí seguíamos discutiendo si el de Pedreña era mejor que Manolo Santana o si superaba con creces la media de calidad de la llamada escuela catalana de tenis del momento, se lo rifaban.
Creo honestamente que debemos darnos una oportunidad. Más que por Carlos por nosotros, siquiera por ver si espabilamos de una vez y tal. No sé, a lo mejor nos llevamos una sorpresa.
Os leo.
Imagen: Carlos Sáinz Oficial
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