Todos estamos esperando como agua de mayo poder ver las manos de ciertos pilotos libres de ataduras técnicas. Obviamente está jodidita la cosa bajo el paraguas de las normativas reguladoras de 2014 a esta parte, ya que si el coche ha sido siempre importante ahora lo es áun más.
La última gran aventura de este tipo, que recuerdo, tuvo lugar en las primeras carreras de 2012. Pirelli había apostado por unas ruedas que funcionaban de maravilla aunque disponían de una caída de rendimiento muy abrupta. Jenson Button ganaba en Australia; Fernando Alonso en Malasia; Nico Rosberg en China; en Bahrein vencía Sebastian Vettel, y en España lo hacía Pastor Maldonado. En Mónaco se imponía Mark Webber. En Canadá, el ganador era Lewis Hamilton…
Luego Pirelli se desdijo de su planteamiento inicial y para el Gran Premio de Gran Bretaña las cosas fueron volviendo poco a poco a la normalidad, y más tarde, ya a la vuelta del parón veraniego, los compuestos resultaban tan predecibles como en 2011 y nos quedamos compuestos y sin novia, que decía aquél. Una verdadera lástima.
Y aquí que vamos, ya que si me he permitido refrescar nuestra memoria con un episodio tan bonito como aquel, es porque tras años y años de monotema a cuenta de los sacrilegios cometidos en la sana competición por la milanesa, Pirelli se ha puesto las pilas y nos va a brindar este año 2018 una gama integrada por siete variantes de gomas, lo que en cristiano significa que tenemos un montón de posibilidades de disfrutar como jabatos, bien porque evidentemente volvemos a las dos paradas como estrategia mínima —algo que sin duda va a favorecer a los equipos con menos posibilidades en pista—, o bien porque en la parte alta de la parrilla, este escenario con neumáticos más definidos abre la posibilidad de que se reduzcan las distancias entre los hoy por hoy tres grandes (Mercedes AMG, Ferrari y Red Bull).
Max Verstappen, el protagonista de esta entrada, milita desde hace algo más de año y medio en la austriaca —sustituyó a Daniil Kvyat en el Gran Premio de España 2015, y además haciendo victoria—, y es uno de esos pilotos a los que cualquiera con dos dedos de frente le gustaría ver disputando el terreno de tú a tú con Sebastian o Lewis. Y bien, esta temporada que abriremos en breve se antoja esa alineación de astros que necesitaba el holandés y por la que nosotros hemos suspirado tanto.
El RB14 parece un buen carro. Es pronto para poder afirmarlo con rotundidad, pero su desenvoltura durante los entrenamientos en la pista de Montmeló augura que no va a ser peor que el RB13, sino, más bien, bastante más noble de comportamiento.
Si Max ya destacó en 2017 por sus ganas de pelea cuando el coche lo respetaba, no resulta descabellado pensar que con una mejor montura y un mayor abanico de posibilidades con las estrategias y las ruedas, podemos estar en la antesala de una campaña en la que el pequeño de Jos puede grabar perfectamente su nombre entre los intratables del campeonato.
Verstappen es rematadamente bueno, y aun sabiendo que no os estoy descubriendo el Mediterráneo, creo que merece la pena considerar la cantidad de cosas buenas que están sucediendo a su alrededor, siquiera para que no nos llevemos demasiadas sorpresas. Se ha hecho un hueco, sabe estar donde tiene que estar, pero fundamentalmente es un tipo vertiginoso que demasiadas veces parece el filo de una hoja de bisturí, tanto para lo bueno como para lo malo.
Es obvio, o me lo parece, que hay suficientes igredientes como para pensar que éste va a ser el año del cometa para el número 33 de Red Bull, más que por la canción de Miguel Ríos por la película de Peter Yates… sí, aquella en la que se había descubierto una botella de vino en Escocia que había sido embotellada en 1910, cuando el Halley pasaba sobre nosotros.
Os leo.
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